Rio, simbiosis de naturaleza, paisaje y artificio, en ella es imposible disociar la imagen de la ciudad de su entorno paisajístico. La Bahia de Guanabara fue desde el inicio de la fundación de la ciudad, objeto de observación de cartógrafos e ingenieros militares entre los siglos XVI y XVIII que buscaran medir, rastrear e tornar reconocibles los principales marcos de su accidentada geografia. Rio era la capital de la Colonia desde 1763 y puerta de entrada para la región ourífera de Minas Gerais. Fué sobretodo como punto estratégico de defensa del litoral portugués en América del Sur que afirmó su importancia. Los contornos del paisaje de Rio de Janeiro comenzaron a ser delineados de manera mas sistemática a partir del final del siglo XVIII y para eso fue decisiva la abertura del puerto, lo que permitió la llegada de numerosos viajantes extranjeros, dominantemente europeos, cuyo legado es una gran cantidad de material iconográfico sobre la ciudad. En el material visual producido por esos viajeros se destaca una ciudad pintorescamente implantada al borde del mar, que crecía estirándose entre las montañas, destacándose la plasticidad inherente a su naturaleza. En cuanto capital del Império y posteriormente de la República, Rio era el destino final tanto de extranjeros cuanto de los mismos brasileros y las marcas paisajísticas pasaron a ser marcas identitárias nacionales. El Pan de Azúcar se transformó en representativo del país y no solo de la ciudad. En el siglo XX Rio afirma y consolida un imaginario que entrelaza ciudad y naturaleza haciendo de su paisaje su marca distintiva. Le Corbusier en 1927 sintetiza esta simbiosis y propone una imagen de ciudad-cinturón que va abrazando los morros, contraponiendo intervención humana y paisaje natural. El paisaje en Rio es escenario y protagonista de la vida de la ciudad, y en la historia de Rio, la ciudad es paisaje. Las ciudades son entretejidos de naturaleza y de acción humana y en algunas de ellas las marcas de esa acción humana casi hace desaparecer las tramas de la naturaleza, visibles apenas en un rio que corre entre muros de piedra o en una distante montaña apenas vislumbrada.En otras, se fabrican parques o se hacen brotar del desierto construcciones que configuran hitos artificiales. Solo en pocas de ellas los hombres conviven con una naturaleza que es “partenaire” y cómplice de su propia historia. Rio es una de estas ciudades en que el paisaje frecuenta la intimidad de la vida de sus habitantes, pobres o ricos, imponiéndose a los visitantes y participando de la vida colectiva y de la vida pública. Desde que recibió el título de Patrimonio Mundial, la “ciudad maravillosa” pasó a hacer parte de una lista de obras humanas “de peso” entre las que se encuentran las pirámides de Egipto y las murallas de China, incluyendo 900 sitios especiales en todo el mundo. Como el título conquistado fué en la categoría paisaje urbano, el mapeamiento de sus bellezas incluyen el Pan de Azúcar, el Cristo (con sus 710m de altura), la Floresta deTijuca, el Parque de Flamengo y la playa de Copacabana (ambos de autoría del paisajista Roberto Burle Marx) el Jardím Botánico con sus impresionantes palmeras imperiales, el Arpoador y la boca de la Bahia de Guanabara, junto con la configuración de los diferentes barrios que se encajan como pueden entre el mar, las montañas y las lagunas, en una relación entre construcciones y naturaleza que, a pesar de todo, mantuvo el marco natural como ícono principal. El diferencial de Rio es haber hecho una ciudad usando elementos de la naturaleza, creando un paisaje que transborda de ella sin destruirla. En Rio es siempre maravilloso observar el contraste del verde de las montañas con el azul del cielo y del mar, en contrapunto con las edificaciones. Además de esos contrastes existe la parte antigua, la art-nouveau, la moderna, las numerosas playas y su clima cosmopolita. Siempre en constante mutación, la belleza de Rio, hecha de contrastes y paradojas, resiste a pesar de toda la interferencia humana en su cuadro natural y en su tejido urbano. Pero Rio tiene por delante el enorme desafío de recuperar áreas verdes, la propia Bahia de Guanabara y principalmente promover acciones de descontaminación de ríos, lagunas y playas, buscando articular democráticamente sus diferencias, entre la ciudad formal y las favelas, garantizando el disfrute de la relación ciudad, naturaleza, urbanidad y espacio público de calidad en todos sus sectores, para todos sus habitantes y no solo para una parte de ellos. Como se sabe, es en las calles y espacios públicos que el grado de educación y de civilidad del ciudadano se pone de manifiesto, así como el desempeño del poder público en monitorar los servicios y fiscalizar su cumplimiento. La cuestión que se coloca ahora, después del premio, es como ayudar a modificar el comportamiento del ciudadano y mejorar la gestión del poder público manteniendo y aumentando el orden en las callas, veredas y playas, llamando la atención de la sociedad civil y de los gobernantes cuanto a la obligación de una gestión eficiente, sensibilizando a los ciudadanos sobre la necesidad de una “ecología existencial” capaz de modificar comportamientos, tanto individuales cuanto colectivos, contribuyendo para reequilibrar la relación masa verde-masa construida de que hablaba Lucio Costa y que es un factor fundamental para una ciudad deseable de ser vivida por todos su habitantes. La exuberancia de la naturaleza, especialmente el juego ondulante y majestuoso del perfil de sus montañas verdes, es el signo mas elocuente de la ciudad de Rio en su vocación para la belleza, lo que siempre implicó (y continua a desafiar) como conseguir ese equilibrio relativo entre vegetación y construcciones, reduciendo el “costo socioambiental” de la interferencia humana en el paisaje natural. Para los arquitectos-urbanistas, se trata del desafío de actualizar sus intervenciones conciliando ciudad, urbanidad, espacio publico de calidad y naturaleza, substituyendo paradigmas, colocando en juego una “razón ambiental” entendida como el desafío de elaborar una crítica de la “razón ambientalista” que a través del discurso pragmático y mercantilista se apropió del “discurso verde”, absorbido por el sentido común, promoviendo la investigación y la elaboración de estrategias alternativas. La cumbre mundial de la Rio+20 demostró los limites de dejar el “problema ambiental” al sabor del mercado o de los gobiernos interesados en la continuidad de las fuerzas hegemónicas del modelo de “desarrollo” vigente. La retórica verde fue banalizada y reducida a una lógica de gestión mercantil de procesos y productos “precificados”, perdiendo horizonte estratégico. Pudo comprobarse el debilitamiento del aparente consenso sobre el carácter emergencial de las cuestiones socio-ambientales. Hoy en día, la demanda por justicia ambiental en cuanto parámetro crítico de la razón ambiental vigente, tiene que encontrar su traducción práctica en transformaciones que produzcan efecto en el espacio y en la vida cotidiana. La necesidad de una “ecología existencial”, esto es, del re-direccionamiento de los comportamientos individuales y colectivos, es más de que evidente. En este contexto, la crítica ecológico-política adquiere total relevancia, uniendo el verde (agenda ambientalista) con el rojo (lucha por la justicia social). La cuestión es cómo articular la ciudad de los flujos (de mercaderías, de softwares, de personas, de informaciones, etc) con la ciudad de los lugares(los fijos, entre los cuales los monumentos, tanto los naturales cuanto los producidos por la creatividad humana), cómo articular la ciudad global (inserción territorial de la mundialización) con la ciudad local (el territorio productivo y habitacional, el “enraizamiento”). Hoy existe la necesidad de una arquitectura, de un urbanismo y de una concepción del paisaje que dialoguen con el entorno natural y con el patrimonio cultural construido, pero que al mismo tiempo, frente a las transformaciones introduzidas por los eventos de la Copa del Mundo de 2014 y las Olimpiadas de 2016, no se deje dominar por la lógica de la especulación imobiliária, siendo capaz de modificar positivamente la ciudad y la calidad de vida de sus habitantes.
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