Hablar
de límites, como cualquier etiqueta categórica, puede carecer
de sentido, pués implica reconsiderar lo determinantes que pueden
ser las definiciones y lo “definitivas” que puedan resultar
las determinaciones. Lo que de cualquier manera implica poner en juego
la interioridad de una disciplina (o de varias, en el caso de la cuestión
urbana contemporánea). Esos límites y fronteras pueden ser definidos por razones político-administrativas
(juridiccionales), por razones de poder (militar, narcotráfico,
etc), en relación con las centralidades existentes (centros de
referencia) o con las características socio-económicas,
medio-ambientales, topográficas, productivas, de transporte y circulación,
o también con accidentes naturales (borde de ríos, mar,
montañas, etc). El concepto de límite dentro de una disciplina implica considerar
tanto lo que hay “en el interior” como lo que se deja fuera.
En el trabajo inter y trans-disciplinario, la superposición de
los límites definidos por cada disciplina determina el “campo”
de actuación, el área de estudio donde se producen interferencias
del mas variado tipo y origen, abriendo nuevas posibilidades de comprensión
y de acción. Desde
el punto de vista arquitectónico-urbanístico, de lo que
se trata en relación con el tema del límite, es de cómo
hacer con que todos los elementos contenidos en la proximidad de un límite,
real o imaginario, que actúa como separación entre territorios
contiguos, pueda ser resignificado, operando una “juntura”
en lugar de una separación. Hablar de limites implica ir mas allá de los programas y la materialidad, poniendo en primer plano cuestiones que van de lo político a lo emocional y de lo estético a lo contextual. En
relación con un límite debemos preguntarnos cual es su realidad
geopolítica. Cuales son las posibilidades de romper, modificar
o abrir pasajes, redefiniendo los límites existentes. Al construir
una calle privada por ejemplo, se crea un límite que es un enclave,
una trinchera en las formas de hacer ciudad principalmente en las periferias
contemporáneas, que va claramente contra la urbanidad. Hoy se trata de operar en la disolución, en las intermitencias, no creando límites sino precisamente buscando su difuminación, especialmente entre lo formal y lo informal. La
cuestión que se coloca para nosotros arquitectos, es la de pensar
y materializar otro tipo de espacios y edificaciones de delimitaciones,
no solo llenos de actividades y acontecimientos sino abiertos al entorno,
convidativos, inclusivistas, democráticos en el sentido de receptivos
a las diferencias, a ese “otro” urbano que es la ciudad no
proyectada y con la cual es necesario establecer puntos de contacto, de
transición, de pasaje, tanto formal-informal, ciudad-naturaleza
y popular-erudito, cuanto promover, estimular y redireccionar la relación
hombre y medio ambiente, buscando la reconciliación entre lo público
y lo privado, entre lo colectivo y lo individual y, fundamentalmente,
entre edificio, ciudad y apropiación del ciudadano. Por
eso debemos cuestionarnos sobre la naturaleza de los límites, fronteras
y formas de control del espacio en el sentido de si estos son simplemente
el resultado de procesos económicos sin control, o del impacto
producido por los medios de comunicación (creación y venta
de imágenes urbanas), o las consecuencias de los procesos de ocupación
del territorio que consideran la noción de interés público,
de cosa pública, como algo central, en estrecha relación
con las problemáticas del sujeto y las formas culturales locales
de comportamiento. Lo que claramente exige repensar lo urbano, y todos los tipos de límites hoy existentes, en el sentido de su reconfiguración, buscando una urbanidad (y una sociedad) “otra”, menos partida, mas “multi”, mas “sin-fronteras”.
|