Tomo esta ocasión como una oportunidad de entrar en contacto amistoso con colegas y estudiantes, compartiendo la fe en la arquitectura y el urbanismo y el deseo de descubrir siempre nuevas capas de la realidad. La realidad está hecha de la amalgama de lo sensible y lo inteligible, de razón y emoción, que es el campo específico de nuestras disciplinas, reinterpretadas siempre en cada intervención. Intervención que demanda el dominio técnico capaz de materializar las ideas y que al mismo tiempo pone en acto valores espirituales. Como sabemos, el procesamiento de las demandas individuales o colectivas implica una tarea ética y estética, con consecuencias tanto en el ámbito físico como en el inmaterial.
La práctica de la arquitectura y el urbanismo demanda la conexión entre arte y humanidades de un lado, y entre ciencia y tecnología del otro y por eso es necesaria una razón, no solo instrumental, capaz de no sucumbir a la “necesidad” reducida a “mínimos” por técnicas proyectuales o monetarias. Hoy nos interesa la relación de la arquitectura con el lugar, con la ciudad, con el medio ambiente y con una forma de vivir que siempre está cambiando, mientras se mantienen algunos puntos fijos. Hoy existe mucha libertad para interpretar un programa, una demanda individual o colectiva, pública o privada. Pero continua siendo necesaria la actitud analítica, experimental y autocrítica, teniendo en cuenta todo lo que condiciona, todo lo que son datos empíricos del lugar, al mismo tiempo que las demandas de la gente y no necesariamente para responder a ellas, sino para reinterpretarlas proyectualmente. Hay ahí una distancia que tiene que ver con el acto de la creación, con el proyecto arquitectónico y urbanístico, entendidos ambos como mediación entre una serie de datos heterogéneos. Jorge Mario Jáuregui |